En mitad de una niebla, quieto, expectante. Así me siento.
Fue en estos últimos días, rodeado de ¡desafortunadas incidencias!, donde volví, como hace años, a clamar al cielo, lanzando venganzas y retos a dioses que nunca tuvieron la educación de presentarse. Y es que estos días, no solo tuve que soportar la enorme mochila de la burocracia, papel tras papel, y encima me faltaban, papel tras papel, acabé firmando sentencias. Sino que también, en estos últimos días, perdí mi portátil. Primero falló, luego se quejó a través de una leve chispita, para más tarde decirme adiós, dejándome solo, con lo que eso conlleva; escribir de día, entre extraños, abandonar la cueva, buscar otras madrigueras. Y escribir en ordenador ajeno es como ordeñar una vaca por primera vez, o besar un cuerpo con el que otro acaba de haberse acostado, no me gusta, no me sale, casi no llego.
En medio de una niebla, espesa, segura de si misma. No puedo hacer nada salvo esperar que un ligero soplo de aire fresco aclare mis paisajes. En medio de una niebla espesa, sin saber lo que tengo delante, así me siento. Y me rodean edificios, enorme edificios con ventanas, personas y cosas, coches y cosas, cosas y cosas, pero yo no las veo.
No digo que esté triste. La tristeza es para los que no supieron como llenar los huecos con otras emociones, yo no estoy triste, estoy; tocado, como los barquitos.
Y me encuentro de nuevo en medio de la noche, sin saber que hacer. Ya no puedo acostarme, cansado de escribir, de compartir conversaciones amigas, de sentir la historia de una película como mía. Ahora, simplemente, me acuesto, y han vuelto como antiguos compañeros de colegio, los insomnios y las duermevelas.
Pero me gustan, mi cuerpo se tumba, boca arriba, en medio de una oscuridad casi palpable, el techo desaparece ofreciéndome el camino hacia una inmensidad negra, el pecho se abre, los ojos, no valen nada.
Entonces comienzan a ofrecerse ante mí, como fotogramas, las emociones que el día haya podido entregarme. Si fue un día triste, corazones negros con anchas alas sobrevuelan mis sabanas, yo trato de reprenderlos, de pedir perdón, esconder las vergüenzas, pero ellos me atacan y me recuerdan todos mis errores, y me falta el aire, y se llevan entre lágrimas mis pisadas y mis distancias. Pero si el día es alegre, si los recuerdos vienen a mí acompañados de un ejercito de sonrisas, entonces aparecen pequeñas luces verdes y naranjas que chocan entre si en un festival de luces y música que tiran de mi espíritu hacia arriba como un cohete sin destino concreto, y mis costillas se convierten en el puerto de un pequeño barco de papel sin capitán ni marineros, que sueño conquistar, el sólo, el ancho océano.
Los insomnios me saben a leche, a recuerdos, a sabanas como abrazos. Parece que la noche es un dios inmortal y que nadie se salva, pues, es sabido, que todos nos hacemos pequeños al alejarnos en la distancia.
En medio de una niebla, gris y áspera, así me siento.
Pero esto no es un blog, es un secreto.
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